Ella lo amó como pudo
y él como todos, sin amor,
como el farolito del parque
que a las 6pm se enciende
y a las 6 am se apaga.
Mil veces imaginó futuros con él
paseos con él
hijos con él
una vida con él,
nada fue suficiente
las cadenas del silencio
fueron verdugos sin tregua
en sus encuentros donde curiosamente
hablaron de principio a fin.
Ella lloró sin cesar
en esas despedidas
que parecieron banales,
fugaces, insensibles.
Cuantas lágrimas derramó la princesa
por el príncipe sin castillo, sin caballo
y sin princesa,
pero con la mirada pícara
del mismísimo picaflor.
Recibió tantos halagos de él,
tantos afectos,
pensó que algún día la amaría
con el amor que no se va al amanecer.
Mas, nunca vino ese día.
Anocheció en el corazón de ella,
él finalmente cumplió su promesa,
abandonarla,
dejando un hoyo en el corazón
y en el alma
tal desesperanza que solo el tiempo pudieron borrar.
Ya no lo ama como antes
es verdad que el tiempo cura y borra las heridas
aunque el amor suspendido
en el tiempo y corazón quedó.
Ambos guardan lo bello,
ya dejaron de extrañarse
de amarse
de soñarse
de frustrarse por lo imposible.
Se vieron hace poco, se hablaron
como si el tiempo suspendido
no lo estuviere
y aunque saben que son presas de la frustración
entendieron que ni el tiempo
ni el afecto, ni el momento
fue su mejor compañero...
Se dijeron, ¡Adiós!
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